Nunca tuve prisa.
La casa limpia, los suelos brillan tanto que hasta podría comerse en él. Todo ordenado al milímetro, cada flor en su sitio, cada detalle cuidado a la perfección. La ropa lavada, planchada, ordenada, nada por hacer.
Cada cosa en su sitio... las velas, los platos, los cuchillos, tenedores... La cena ni caliente, ni fría. La cena en el punto justo de comerla que es cuando está más rica, cuando mejor sabe. Al menos así siempre lo pensé. Aprendí los mejores platos, los mejores postres, tenía que estar preparada para cada ocasión, para todo dispuesta. Siempre quise que todo fuera perfecto y hasta entonces lo era.
Por eso nunca hubo nadie, por que aún no había llegado el momento... nada de precipitarse sin necesidad. Alguien que ahora ni recuerdo me dijo que tardaría... pero que siempre llega.
Las velas gastadas por su calor, el día acabado, la luna dormida, la piel arrugada por el paso de tantos años ya y como siempre, esa habitación helada con un frío desafiante hasta para la muerte.
Otra noche sin cenar, otra cama vacía. Quizás mañana, pasado... quizás otro día. Nunca tuve prisa......